domingo, 7 de junio de 2009

"EL RIO SÍ SE MANCHA" (de negro)

Definitivamente por economía y placer personal soy un Pescador de costa. No me interesa demasiado la pesca embarcada; me atrapa el desafío de buscar distancia en un lance, el improvisar diálogos pasajeros y al triunfo ante todos los obstáculos que interpone la pesca de orilla lo encuentro mucho más placentero.

Qué mejor que reunir dos grandes pasiones en un sábado para el descanso: La Pesca Deportiva como previa y el disfrute de una tarde a puro fútbol de selección. Probablemente la Pesca Deportiva y el Fútbol sean los deportes más populares del país. Tienen cierto encuentro lingüístico: El “pique” de un jugador no representa necesariamente un engaño en sí mismo, pero sí una corrida presurosa que puede ser la de cualquier pieza despavorida que descubre un anzuelo que ya pende de su boca. También el “pescador” es aquel jugador que, en orfandad del off-side, se queda en inmediaciones del arco contrario facturando cuanta contra en pelotazo le llueve a los pies. El sábado 5 de junio logró que las dos actividades estén en los alrededores la una de la otra, sin necesidad de tropezar en esas relaciones incineradas. Para quien explora el horizonte urbano desde el Parque De Los Niños eso es claro: Emergen los esbozos de una circunferencia rojiblanca peculiarmente disfrazada con colores patrios y sed de clasificación. En el duelo caliente de infusiones, el café le hace frente al mate, mientras un te con leche, agitado por soplidos que llegan desde el sur, se vuelve frío y atónito espectador.

Vamos a concentrarnos en el te con leche; quién otro que el mismísimo ¡Río De La Plata! que está entregando una temporada a cuentagotas de pejerreyes en función de aguas muy sedimentadas que no terminan de decantar y condiciones meteorológicas que fluctúan y afectan la estabilidad de los cardúmenes.

Hechos los correspondientes prolegómenos, la cita fue en el Parque De Los Niños, en donde intentamos agregar a su currículum vitae lo de buen pesquero de flechas de plata. Bien sabida es su capacidad estival de excelentes bogas, bulliciosos cardúmenes de sábalos, grandes doradillos, buena variada de piel y pequeñas sorpresas –chafalotes y viejas del agua, por citar algunos casos–. El día elegido no resultó de un capricho quinceañero, sino que las condiciones del viento del viernes –SurSudOeste– y las del mismo sábado –Sur y Este– presagiaban presencia de pejerreyes. Ajenos los libros, sólo quedaría pendiente el esfuerzo de los pescadores para dar con ellos.

Así fue que el día Viernes recibí el grato llamado de mi amigo Franco –alias Tío Piola– y concordamos encontrarnos a las 9hs en la estación de Liniers. Puntualísimo él junto a su esposa Lelia, partimos hacia el Parque. Curiosamente la última vez que nos habíamos encontrado en una pesca también había coincidido con partido de eliminatorias de Argentina. Casualidades de la vida.

Arrancamos el día eligiendo un lugar de ensueño. Nos instalamos en un tramo de baranda sin paredón, en donde nos pusimos muy a gusto, tirando prolijamente los bártulos en el banco de madera. Así fuimos armando los equipos con una motivación digna de “masacre”. Franco se inclinó por una Abu Garcia Conolon de 3 tramos, acompañada por un Banax Zest low profile cargado con multi del 18. Yo empuñé mi Waterdog 4004 de novia con un frontal de la misma marca modelo GTX 201 cargado con nylon del 30 frotado minuciosamente con flotalínea, la noche anterior. Mientras Lelia decidía abandonarnos para descubrir y terminar de fascinarse con un lugar que no conocía, Franco internamente sabía que el calor necesario del mate se haría esperar un poco. La correntada se hacía sentir y derivaba las líneas hacia el norte. Por esto mismo Franco decidió incluír una boya mandale que le ancló correctamente el aparejo durante todo el día. Yo no lo hice, en parte por “respeto” a que el plomito de la volcadora se enganche en los abundantes escombros y en otra porque la acción de seguir la deriva y volver a lanzar me mantenía entretenido.

Las carnadas previstas podían satisfacer los caprichos gourmets de los pejerreyes: Franco había llevado mojarras saladas y yo acompañaba con un tupper cargado de pequeños filets de pejerrey capturado en el mar, conservados en sal fina. Como si fuese poco, tenía aceite de pescado para pincelar los filetitos a encarnar, consejo de mi gran amigo Víctor De Víctor.

El pique llegó rápido: Un movimiento lateral de la boyita yo-yó del medio me permitió dudar… ¡Ante la duda consulto al cañazo! Dicho y hecho, pejerrey de unos 27cm. Pose obligada de cámara y devolución obligatoria. La pésima suerte rodeó a la salida desde el comienzo, porque la filmación de la captura quedó incompleta por una falla de las pilas de la cámara. Una lástima. Pero… ¡Sigamos! ¡Los libros no fallan! Lo que falla es la comunicación entre ese saber infalible y la realidad misma, a causa de situaciones puntualísimas e irrepetibles. En primer lugar, había un simpático lobito marino que merodeaba el espacio cercano a nuestras boyas. Tiempo más tarde hizo sus apariciones debajo de la baranda. ¡Chau pesca! Para colmo de males, los biguás tampoco faltaron a la obra de “espantacardúmenes”.

Había pasado largo rato cuando la boya blanca con quilla ventral y lateral de Franco acusó un movimiento extraño. Cañazo y ¡Si! ¡Un peje! No alcancé a meter mano en el bolsillo para prender la cámara, que el pez largó el anzuelo. ¡Qué racha! Franco tuvo otro pique fallido, con cabezazos insistentes que luego se perdieron en ganas. En cambio, mi filet no volvió a ser probado.

No satisfechos por el volantazo de mala suerte, para coronar la jornada, en toda la extensión del Parque –desde la costa hacia unos 50 metros– se estacionó un manchón de agua negra de aparente ascendencia cloacal. Lentamente todos los pescadores se fueron yendo. Un hombre que pescaba a nuestro lado nos dijo mitad en gracia y mitad en serio:”En esta agua, hasta las bacterias se mueren”. Partimos temprano, imaginando pronta revancha y con la paradoja de tener que hacer unos cuantos kilómetros para poder ver lo que sucedería a unas pocas cuadras. Felizmente en la desgracia, toda la mala suerte que cargaban los aires de Núñez, estaba en el río…

Agradecimiento especialísimo: A Franco y a Lelia por el viaje, las charlas de río y la gratísima compañía.

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